viernes. 26.04.2024

Normalidad, ¿qué normalidad?

Ernesto Krawchik es Managing Director Reseller de CloudGaia

Un virus con forma de esfera llena de “coronas” vino a poner al mundo patas para arriba. De pronto, descubrimos cuántas cosas normales dejamos de hacer y empezamos a extrañar esa vieja normalidad. También comenzaron a aparecer los profetas de la nueva normalidad: qué cosas desaparecerán por completo y cuáles otras se quedarán para siempre.

Hasta ahora no se escuchan muchas voces que cuestionen cuán normal era la vieja normalidad.

Veamos algunas cosas que ocurrían en las empresas antes del comienzo de la pandemia.

De viajes corporativos, matrices y otras criaturas

¿Quién no tuvo que suspender actividades por la imprevista llegada de ese ejecutivo que decidió visitar nuestra oficina? ¿Quién no recuerda haber llegado a la oficina y ver montones de caras extrañas, hablando en inglés o portugués?

Y de pronto, dos años más tarde, el mundo sigue girando a pesar de la suspensión sine die de todos esos viajes. Entonces, ¿eran verdaderamente necesarios? ¿Creaban el valor que decían crear?

Los viajes corporativos siempre existieron, y sin duda tienen un valor. La posibilidad de tener contactos de primera mano con líderes, o el acceso a un conocimiento difícil y escaso que requiere de cierta escala para poder adquirir, para no hablar de ese cliente que no logramos convencer y que con una buena reunión de nivel ejecutivo se abre a nuestras soluciones.

Pero la explosión de viajes de negocios comenzó con las estructuras matriciales que fueron furor en este nuevo milenio. He visto empresas donde nadie tiene un jefe local, o sus equipos de pertenencia están dispersos por el mundo. Esto tiene su lado luminoso, con la riqueza que trae la diversidad. Y también su lado oscuro, con las dificultades para generar pertenencia, identidad, cercanía con colaboradores, socios de negocios y -sobre todo- clientes. Cuando los viajes se suspendieron de la noche a la mañana, el lado oscuro empezó a cubrirlo todo. Me animo a decir que de cada diez viajes de negocios del 2019 hoy extrañamos a lo sumo uno, y seguimos viviendo perfectamente bien sin los otros nueve.

El coronavirus demostró que los negocios siguen estando donde está el cliente y que para ser verdaderamente globales, hay que ser locales en cada lugar, ya sea con presencia directa o a través de una buena red de partners confiables, identificados con la cultura y comprometidos con la marca. “Piensa globalmente, actúa localmente”, esa sentencia nacida de la planificación urbana y aplicada luego a múltiples y diversos campos del quehacer humano, ha cobrado un nuevo y profundo significado.

Reunionitis, esa infección pre-pandémica

Todos tenemos un trabajo específico: producir, vender, analizar, contabilizar, entregar, reparar, etc. Originalmente, nuestro trabajo era interrumpido ocasionalmente por reuniones con nuestro jefe, nuestro equipo u otras. Con el tiempo, parece que nuestro trabajo se fue convirtiendo en tener reuniones interrumpidas ocasionalmente por alguna tarea específica. El covid no hizo más que exacerbar esta tendencia con la facilidad de poder reunirnos con cualquier persona en cualquier lugar del mundo a un click de distancia.

Esta nueva normalidad, ¿es normal?. Hoy tenemos muchísimas herramientas para interactuar con colegas dentro y fuera de la empresa, además de las videoconferencias: entornos colaborativos, chats, repositorios de información compartidos y el viejo y querido correo electrónico que hoy parece una antigüedad en vías de extinción y sin embargo tiene mucho para dar.

Trabajar desde nuestras casas nos debería permitir aprovechar ese aislamiento para cosas en las que no somos reemplazables: pensar, crear, diseñar, planificar, escribir. Eso sería verdaderamente una nueva normalidad: software y robots haciendo las tareas rutinarias en las que no nos destacamos y liberando el espacio de millones de personas talentosas para dedicarse a explotar esos talentos.

Aquí, allá y más allá

Hace no tanto tiempo pensábamos que la computadora personal, especialmente con la aparición de los equipos portátiles, sería el gran democratizador del acceso a la información y las nuevas tecnologías. No fue así, esos equipos nunca superaron los cientos de millones, parece mucho, pero había más: miles de millones de dispositivos móviles personales para no hablar de los billones de minúsculos dispositivos encerrados hoy en casi cualquier objeto e interconectados entre sí.

El smartphone ya era el gran democratizador antes de la pandemia y se ha consolidado como tal. Hoy podemos resolver en nuestra mano prácticamente todas las tareas de nuestro trabajo diario y en muchas ocasiones pasamos días enteros sin abrir la computadora. Eso obliga a repensar las aplicaciones de todo tipo para que sean ante todo móviles y en muchos casos solo eso.

Esta nueva revolución llega a nuestros dedos gracias a la nube, ese otro gran emergente de la pandemia que ya venía ganando posiciones. Atrás quedaron las conexiones dedicadas, las redes privadas y la seguridad manejada en casa.

Nube y movilidad son el motor y la cabina de mando de la nueva normalidad.

Normalidad, ¿qué normalidad?