lunes. 18.03.2024
HISTORIA

La Paz fue la cuna de la industria nacional

Varios factores confluyeron para darle forma a la producción manufacturera boliviana a principios del siglo XX. La Paz fue el centro de esta efervescencia que generó empleo, divisas y permitió erigir un centro industrial que por mucho tiempo fue el motor de la producción nacional logrando afincar lo “hecho en Bolivia” en la cultura local. Esta es la historia de los primeros pasos de un sector que mantiene su apuesta por producir en el país.
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Dedicada a la producción de medicamentos para uso humano y veterinario, Laboratorios ViTA fue la primera industria de este tipo en el país. Foto: Laboratorios ViTA

El siglo XX había deshojado sus primeros años; a mediados de los ‘20 la ciudad de La Paz ostentaba la modernidad de una metrópoli con luz eléctrica, ferrocarriles, teléfono, tranvías, radio y más de 135.000 habitantes, la urbe más habitada del país. Las mañanas de la capital también eran diferentes. Por muchos años, la ciudad del Illimani despertó con el ronco estertor de los silbatos de las fábricas; años después, el inconfundible llamado fue reemplazado por el sonar de sirenas que, tres veces al día, marcaban el inicio de un nuevo turno fabril.

Fueron los años del albor industrial en Bolivia. La Paz se convirtió en el corazón de la manufactura nacional con varias fábricas que rodeaban el centro de la urbe y el surgimiento de una zona industrial que por varias décadas albergó a imponentes plantas manufactureras que adosaban a sus marcas la leyenda “hecho en Bolivia”.

El complejo industrial que se formó tras el lindero natural de la ciudad y que estaba dividido por las cristalinas aguas del río Choqueyapu, empleaba a decenas de miles de trabajadores que, a diario, se enfundaban el overol de trabajo y enrumbaban paso hacia el norte y otras zonas circundantes para ser parte del proceso de transformación de la materia prima en productos acabados de calidad.

Casimires de primera, telas, frazadas, calzados, harinas, cervezas, alimentos, bebidas gaseosas, vidrios, maletas, billeteras, fundición y metalmecánica, entre otros, fueron producidos en tierra paceña para abastecer la demanda nacional.

El sueño de los marketeros se había hecho realidad: Las familias no solo se alimentaban, vestían, calzaban y utilizaban productos elaborados en una factoría boliviana, las marcas se hicieron parte de la cultura local.

Así, durante gran parte del siglo XX esa comida entre el desayuno y el almuerzo, el brunch más popular y accesible a cualquier bolsillo era un plátano, una Papaya Salvietti (una gaseosa) y una marraqueta Figliozzi (una pieza de pan); los trabajadores de la construcción lo adoptaron como el alimento de su jornada laboral.

“El nombre quedó marcado. En esa época, a los camioneros vendedores de refrescos le decían los papayeros; cuando alguien quería beber una gaseosa preguntaba ¿tienes una papaya? La marca se hizo una tradición”, cuenta Renato Pucci, nieto del fundador de tradicional embotelladora Salvietti.

La Paz era el centro económico de Bolivia. Tres líneas ferroviarias que vinculaban al país con el mundo a través de las costas del Pacífico, remataban en La Paz. El desarrollo que exigía modernidad a la urbe derivó que entre 1909 y 1918 la ciudad emprendiera la construcción de una gran Avenida Central y el embovedado del río que atravesaba la hoyada de norte a sur.

El origen

Como los ríos caudalosos que cobran fuerza con las aguas de sus afluentes, varios factores impulsaron el origen y crecimiento de la industria boliviana en los primeros años del siglo XX.

El transporte fue, sin duda, uno de ellos. Varios autores coinciden en que un factor determinante para el salto industrial fue el desarrollo de las comunicaciones que al impulso de locomotoras a vapor, encarrilaron la economía boliviana hacia la modernidad. El impacto fue tremendo.

El cansino traslado de materias primas a lomo de mula fue reemplazado por los vagones del tren al final del siglo XIX. La actividad minera fue la primera en beneficiarse. Los detractores del transporte ferroviario dieron dura batalla a Aniceto Arce, el Presidente que estaba convencido del potencial del nuevo medio de transporte por lo que no dio brazo a torcer; en 1892 a golpe de martillo y con sus propias manos, remachó con un clavo de oro una de las rieles que vinculaba Uyuni con Oruro. Años después, esta red ferroviaria fue el primer trazo de las venas que comunicaban la floreciente actividad industrial y vinculaban el país enclaustrado con otros continentes.

El transporte ferroviario representó también el abaratamiento de costos. El economista Alfredo Seoane en los Hitos de historia de la industria boliviana lo ejemplifica con el azúcar. “A principios del siglo XX movilizar un quintal de azúcar desde Alemania hasta Oruro resultaba más barato que transportarlo en petacas de cuero a lomo de mulas desde Santa Cruz de la Sierra”, afirma.

La modernización de los 20 fue complementada con la incorporación de nuevos servicios: luz eléctrica, el telégrafo y la telefonía y la radio entre otros. Así, La Paz y otras ciudades del país se ponían a la par de las grandes capitales del mundo.

En 1937 se concreta el proyecto que nació en la primera década del siglo y el Presidente Germán Busch aprueba la creación de Teléfonos Automáticos que comienza a operar en 1941 con 2.000 líneas. De esta forma, después de Palacio de Gobierno, el Banco Central y otras reparticiones estatales, los primeros números de cuatro dígitos correspondían a las nuevas industrias paceñas.

Otro ingrediente es consecuencia de la I guerra mundial. La reducción de la fuerza productiva de la postguerra en el viejo mundo bajó notablemente el flujo de importaciones a Bolivia.

 El impulso migratorio

Un tercer elemento fue la migración europea que en las maletas trajo al país bríos, iniciativa, visión y, naturalmente, la inversión necesaria para desarrollar, en principio el comercio y, después, la manufactura local. Gerardo Velasco, miembro del Directorio de la Cámara Nacional de Industrias explica el fenómeno. “Llegaron inmigrantes a Bolivia con la idea de que si no había algo en el país, tenías que producirlo”.

“Comienza a haber industria en Bolivia porque hay una migración europea después de la I Guerra Mundial que deja sufrimiento pero también endurece el espíritu de sus jóvenes que no dudan en cruzar medio mundo en busca de mejores oportunidades. Los migrantes, en la mayoría de los casos, eran gente que tiene el afán de ser mejor y si en su espacio no lo podía ser, buscaba otro”, explica el experto.

Según la historiadora Laura Escobari de Querejazu, el censo de población de 1909 reveló que la población de inmigrantes extranjeros sumaba 3.357 personas que, mayoritariamente se dedicaban al comercio. “En cuanto a los productos que se comercializaban en las principales plazas del comercio, se tiene que los Estados Unidos inundaban el mercado con abarrotes, compitiendo con los peruanos y españoles. La producción europea, estaba relacionada con telas inglesas y francesas, y manufacturas alemanas. Los franceses y alemanes se distinguían en las grandes transacciones”, asegura la historiadora.

Este flujo de capital fue determinante. Citando un estudio de la CEPAL de la década de los 50, Alfredo Seoane explica el auge de inversiones en esas primeras décadas del siglo XX.

“En la segunda mitad de los años 20 se dio el índice más alto de importaciones de maquinaria y equipos industriales ya que, con una base de 1925=100 llegó a su máxima expresión en 1928, cuando dicho número índice alcanza más de 400, decayendo un poco en 1930 a 300”, dice el autor.

El desafío de producir

Finalmente, el escenario económico de esas primeras décadas del siglo XX favoreció al surgimiento de la manufactura nacional dejando atrás la producción artesanal. La economía tenía el sello de la actividad extractiva. La minería, que de la explotación de la plata pasó al estaño, fue el pilar de la economía nacional hasta que en 1914 la I guerra mundial cerró la Bolsa de metales de Londres cerrando las rutas del comercio internacional y la consiguiente caída en el precio del estaño.

Carlos Mesa en su Historia de Bolivia recuerda que en 1925, la minería empleaba a casi 23.000 trabajadores y utilizaba la mejor maquinaria de la época; cubría el 50% de los impuestos de exportación y el 30% del total de los impuestos por utilidades que ingresaban a las arcas del Estado; a pesar de esto, este aporte estaba lejos de representar un porcentaje significativo de los ingresos de las empresas mineras.

Posteriormente, los fatídicos jueves y martes negros de octubre 1929 echaron por tierra los precios de las materias primas en todo el planeta dando inicio a lo que más tarde se conoció como el quinquenio negro para el estaño.

“Esta coyuntura de crisis internacional provocó una grave escasez y, al mismo tiempo, significó un estímulo para la producción nacional de manufacturas. Probablemente debido a ese factor y a la expulsión y huida de grupos humanos desde Europa hacia América, se localizaron en el país importantes inversiones y recursos humanos capacitados en labores industriales”, asegura Seoane.

Entretanto, el Estado libraba su propia batalla contra la gran depresión mundial. Con una economía no diversificada y más bien monoproductora y carente de ahorro interno el Gobierno de Bautista Saavedra (1921-1925) acudió como sus predecesores al endeudamiento externo para cubrir el déficit, pagar la deuda externa y emprender proyectos de infraestructura, trenes y caminos. Tras el interinato de Felipe Segundo Guzmán, Hernando Siles (1926-1930) se mantuvo en la línea del endeudamiento para cubrir el déficit y desarrollar la infraestructura ferroviaria y caminera.

En esta coyuntura y sin una política de fomento industrial a la vista, la inversión productiva recayó exclusivamente en el sector privado. Con datos de la CEPAL, Seone muestra que entre 1925 y 1930 se realizaron las inversiones más altas en la industria manufacturera en la primera mitad del siglo siendo 1928 con USD 4.314 millones, 1929 con USD6.137 millones y 1930 con USD 4.111 millones el trienio de mayor inversión neta.

En consecuencia, e este periodo se fundaron también las industrias que al final de la primera mitad del siglo, se convirtieron en las más importantes de su sector y que, hasta hoy, son un referente industrial.

Emprendimiento con visión social

Después de la guerra del Chaco, la industria alcanzó su máximo potencial dando paso al surgimiento de acciones de tipo social —los esbozos de la Responsabilidad Social Empresarial— que estaban orientadas a fortalecer la fuerza laboral.

Así, los industriales paceños gestaron la Caja de Seguro y Ahorro Obrero que, con los años, se convirtió en la Caja Nacional de Salud; en la misma línea el sector financió en su totalidad la construcción del Hospital Obrero, —el centro más grande y completo del país— que comenzó a edificarse en Pura Pura y se concluyó en Miraflores; en 1942 se formó la Escuela Industrial Pedro Domingo Murillo que tecnificó la mano de obra para que, precisamente, los obreros tengan las habilidades y el conocimiento para trabajar en los complejos industriales.

“Los empleos seguros generan compromiso”, afirma el empresario.

La producción industrial es más complicada que el comercio; es una relación de largo plazo y de inversiones más grandes, sentencia Velasco. “Cuando un comerciante deja de vender un producto lo deja de importar y se dedica a otra cosa; la fábrica no puede hacer eso. Te casas con esa industria y eso hace que seas más dedicado, que tengas una visión mayor”. Ese compromiso se hizo carne dando origen a la industria nacional.


 

Los pioneros de la industria boliviana

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Desde principio de siglo y antes de la Guerra del Chaco en 1932, un grupo de visionarios comenzó a dar forma a la manufactura nacional con la fundación de industrias en La Paz. En 1931, este impulso dio origen a una asociación gremial, la Cámara de Fomento Industrial, que permitió consolidar la labor industrial al margen de la actividad comercial.

Gerardo Velasco reflexiona acerca del pensamiento innovador de este grupo que no se conformó con el comercio de productos importados. “Se creó la Cámara de Industrias como el permanente derrotero de la industria: generar dividas. Durante el auge de la minería, el país —en su mentalidad extractivista— pensaba que al haber divisas para que esforzarse en producir; lo que falta hay que importar”. Con una nueva visión, comienza esta historia de coraje. Estos son algunos de los pioneros de la industria boliviana.

Fábrica de calzado y curtiduria

La “Fábrica de calzado y curtiduría SA., sucesores de García y Cia.” fue fundada en 1917 con un capital de Bs5,0 millones. Su marca Plus Ultra era sinónimo de estatus. Desde sus talleres en la calle Sagárnaga, a un tiro de piedra de la Iglesia de San Francisco, llegó a producir 102.000 pares de calzados al año y empleaba materia prima nacional.

El Inca

La fábrica Nacional de cueros “El Inca”, una sociedad anónima, fue fundada en 1927 con un capital de Bs3,5 millones. Su especialidad: zapatos de charol.

Freudenthal

Otra industria dedicada al cuero era Freudenthal & Cia., que nació en 1907 como Curtiembre y Fábrica de Artículos de cuero; En 1938 Otto Freudenthal uno de los hermanos fundadores, volvió a fundar la fábrica con una importante inyección de capital. Unos años después falleció y su esposa Candelaria tomo las riendas del emprendimiento. Se afincó en pleno centro paceño, la calle Potosí. Producía artículos de cuero de fino acabado entre los que destacaban sus maletas para toda ocasión, balones de futbol, sombreros, catres de campaña y monturas para caballo. En la década de los 50 llegó a producir chamarras, chalecos, guantes de box y guantes de trabajo.

Sociedad Boliviana de Cemento

Por muchos años, la Sociedad Boliviana de Cemento fue la única cementera del país. Constituida en 1925 ostentaba en su marca Hércules, la solidez de la mezcla. Esta fortaleza se traducía en números: su producción de ese año equivalía a más USD 800.000 que representaban un aporte de algo más de USD 710.000 en divisas para el país.

Cervecería Boliviana Nacional

Una de las industrias más antiguas del país fue creada en octubre de 1886 tras la fusión de la Cervecería Nacional y la Cervecería Americana; sus propietarios eran Luis Ernst, en sociedad con Federico Groenewold, Hugo Preuss y Eugenio Stohmann; se convirtió en una sociedad anónima en 1920 con un capital de Bs 105,5 millones. En La Paz tenía la capacidad de producir 1.800.000 docenas y en Huari 300.000 botellas de cerveza. Sus productos estrella eran la cerveza Pilsener, la Malta, la bicervecina y la cerveza Stout.

Fábrica Alemana de Salchichas y Conservas Stege

En la esquina de las calles Max Paredes y Santa Cruz funcionaba la “Fábrica alemana de Salchichas y Conservas” que fue fundada en 1909, un año después de la llegada a Bolivia del matrimonio alemán formado por Jorge y Christina Stege. Era una planta completa, moderna y con un alto nivel de producción. Empleaba insumos nacionales e internacionales de gran calidad. Con tres agencias de venta en el centro de la ciudad, su producción se fortaleció con la demanda de alimentos durante la Guerra del Chaco. En los 70, la moderna embutidora fue vendida a la familia Bauer.

Industrias Venado

Fundada en 1912 por la familia española Elorz Rudiez comenzó con la producción de alcohol potable con una primera fábrica ubicada en la zona de Achachicala. A principios de la década de los 40 se transforma en una compañía alimenticia con la producción de levadura y gelatinas. Al final de ese decenio adquiere la licencia para producir las marcas de Fleischmann, Royal y otras marcas de alimentos.

Fábrica Nacional de Cerámica

La Fábrica Nacional de Cerámica de Posnansky y Cia. fue fundada en 1916 y operaba en su planta situada en el Camino a los Yungas. En 1945 producía 80.000 ladrillos y 20.000 tejas de arcilla cocida para el mercado nacional.

Figliozzi Hermanos e Industrias El Progreso

La fábrica Figliozzi Hermanos fue fundada en 1916 por los hermanos genoveses José, Hector, Juan, Luis y Pía con un capital de 100.000 bolivianos. Inicialmente, la industria panificadora funcionaba en la calle Recreo que desapareció para dar paso a la Avenida Mariscal Santa Cruz. La industria se trasladó a San Pedro en la esquina de las calles Almirante Grau y Zoilo Flores llevando consigo el prestigio y una herencia cultural amasada en sus cocinas: la marraqueta Figliozzi.

En 1945 la fábrica fue transferida a Jorge Saenz que la bautizó como Industrias Unidas El Progreso con un capital de Bs 15,0 millones. Combinó la actividad de la molinera con la fabricación de galletas, pastas, caramelos y bombones y pan.

Sociedad Anónima Marmolera

La Sociedad Anónima Marmolera fue fundada en 1928 con un capital de Bs3.0 millones. Operaba en la Avenida Montes, utilizaba materia prima nacional y tenía una capacidad de producción de 300m2 con el proyecto de expandirla a 1.000 m2.

Bolivian Oxygen Company

Fundada en 1932, la Bolivian Oxygen Company era la única productora de oxígeno industrial y medicinal, nitrógeno y oxígeno líquido. Sus clientes estaban concentrados en la industria minera y ferrocarrilera, además de clínicas y hospitales.

Laboratorios ViTA

En 1936 en nudo vial formado por las Avenidas Buenos Aires y Manco Kapac, detrás de la estación central, vio el surgimiento de Laboratorios farmacéuticos ViTA; fue fundada por José Kieffer Bedoya y su esposa Aida Herrada que comenzaron en una farmacia en la localidad de Chulumani en Los Yungas paceños y se convirtieron en los pioneros de la farmacéutica boliviana. Dedicada a la producción de medicamentos para uso humano y veterinario fue la primera industria de este tipo en el país.

La Compañía industrial de tabacos

Se dedicaba exclusivamente a la fabricación de tabacos. Fue fundada en 1933 por Enrique Kavlin con un capital de Bs5,0 millones. Sus marcas más reconocidas fueron Derby, Astoria, Cóndor e Inca, estos tres últimos elaborados con tabaco 100% nacional. En ese entonces, la planta operaba en la plaza Eguino que unía las calles Tumusla (conocida como la calle del Panteón), Illampu y Murillo.

Maestranza y Fundición Volcán

Empresa unipersonal de Oscar Obrist fue fundada en 1921. Se dedicaba a la fundición de fierro gris, fierro acerado, bronce, aluminio y otras aleaciones. También producía maquinaria para minas y la industria en general además de tanques, recipientes, puertas, ventanas, rejas y repuestos para todo tipo de maquinaria.

Fábrica Nacional de Envases y Tapacoronas

Era la única factoría dedicada a esa actividad. Fue adquirida por Jorge Saenz a Lindemman y Wilke en 1943. En ese tiempo producía 52 millones de tapacoronas y 283.000 envases de hojalata, de diversa clase. Las embotelladoras eran sus principales clientes. Utilizaba hoja de lata, discos de corcho, papel recinado, brea de pino, ceras y barnices vegetales, copal, parafina en pasta y otros similares.

SAID e hijos

Constituida en 1928 con un capital de 3 millones de dólares era, después de Forno, la segunda textilera más antigua del país. Comenzó a producir después de casi una década de estudios de viabilidad. Producía exclusivamente telas de algodón con una gran variedad de productos como tocuyos crudos (ampliamente requeridos por las industrias molineras), lanas, bramontes, piqués, gabardinas, khakhys, drile, toallas e hilados de color. La planta estaba instalada en la zona de Pura Pura en un terreno de 50.000 m2 de los cuales la mitad estaban ocupados por la planta y los edificios. La maquinaria fue adquirida de Estados Unidos; con 30 hiladoras y 250 tejedoras automáticas, entre otras se convirtió en una de las más modernas de América Latina. En 1929 empleaba a 350 obreros y tenía una planta administrativa de 20 personas. Con el tiempo, bordeó los 500 fabriles.

Lanificio Boliviano Domingo Soligno

Fue fundada en 1929 y se especializaba en producir casimires peinados, paño para señoras, frazadas, tricot, gabardinas, paño militar, mantas e hilos peinados. En 1944 se convirtió en una Sociedad Anónima para incrementar sus actividades. Incursionó en la producción de sedas y sombreros y fue la primera empresa en crear mantas para la mujer de pollera y chalinas para los mineros y viajeros. Originario de Nápoles en Italia, Soligno comenzó con un almacén en la calle Comercio dedicado a la venta de casimires importados.

Fábrica de velas La Victoria

Fundada en 1923, fue una de las más antiguas de la ciudad. Propiedad de Simón Bedoya tenía un capital de Bs 7,2 millones y una capacidad de producción de velas de parafina resistentes a las temperaturas tropicales del oriente del país.


 

Herminio Forno, el emprendedor que tejió un emporio textil

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La leyenda aimara cuenta que la zona que albergó las primeras plantas industriales de La Paz debe su nombre a los hermanos Achachi Kala, Chojña Pata y Khamir Pata que, convertidos en piedra, fueron los achachis que custodiaban el lugar y el ingreso al valle donde años después se fundaría por segunda vez Nuestra Señora de La Paz.

Con los años, esta ventosa región de la ciudad llena de enormes y hasta colosales piedras cobijó a un gigante de cemento: la planta de la Fábrica Nacional de Casimires, propiedad de Herminio Forno que se convirtió en una factoría de casimires de calidad internacional.

Forno dejó su natal Piamonte en Italia para fundar una de las textileras más grandes en La Paz, después de un intento fallido en el Perú. La idea la concibió en su natal Biella, al otro lado de los Alpes y la plasmó en una extensión de 200m2 en la zona de Achachicala, la piedra fundamental de una plata que llegaría a una extensión de 27.000 m2, la infraestructura industrial más grande de Bolivia.

“El edificio central, con sus cinco plantas, cada una con una extensión de tres mil metros cuadrados, albergó en su seno por muchos años maquinaria de primerísima calidad procedente de Europa. Los sofisticados telares fabricados en Alemania y el Reino Unido trabajaban sin cesar día y noche elaborando distintas telas para casimires, paños, mantas y frazadas”, recuerda Mario Belmonte en su obra Polenta, Familias italianas en Bolivia.

Así, la Fábrica Nacional de Casimires que con el tiempo se convirtió en Manufacturas Textiles Forno “contribuyó al desarrollo industrial de esta nación y no es hasta la funesta irrupción el contrabando en el escenario comercial boliviano que se desestabiliza la empresa y las pérdidas económicas se incrementan notoriamente. Ni siquiera con la desaparición física de Herminio se había temido tanto por la suerte de la fábrica”, recuerda el historiador. El esplendor de la fábrica se mantuvo hasta la década de los cincuenta; hoy, solo quedan los cimientos de lo que un día fue el emporio textil boliviano.


 

Papaya Salvietti, una historia de efervescencia industrial

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Dante Salvietti dejó su natal La Spezia en Italia muy joven en 1918; con el pasaje del hijo de otra familia italiana el ragazzo se embarcó hacia La America pensando que era un país y no un continente. Llegó a Valparaiso en Chile de ahí emprendió la subida a La Paz y como el clima no le sentó bien al poco tiempo se trasladó a Chulumani a lomo de mula. En la maleta solo traía el conocimiento y la experiencia vitivinícola que heredó de la familia. Comenzó a ayudar en el negocio de una lugareña que preparaba refrescos hervidos de fruta.

En el pueblo yungueño su espíritu aventurero lo llevó a una vertiente de agua y se dijo “esta agua es cristalina” e hizo una asequia con las hojas de plátano para elaborar un hervido con una fruta originaria que le encantó desde que la probó: la papaya. Escuchando el consejo de los lugareños retornó a La Paz donde conoció a María Maldonado, la dueña de la fábrica Vascal.

Lo primero que hizo fue comprar una máquina saturadora de bola, importó botellas de vidrio de Inglaterra y comenzó a producir Champagne Cola; poco después rebautizó el producto con el nombre del fruto que había conocido en Los Yungas. En grandes letras rojas el calendario marcaba 1920.

Renato Pucci, sobrino nieto de Dante Salvietti cuenta que ese momento fue el inicio de la producción industrial. “Con las utilidades compró la fábrica en la Calle Calama a unos pasos del Parque Riosinho”.

Ahí, Ruggero Salvietti, el hermano que siguió los pasos del hermano y cambió Italia por Bolivia, le sugirió cambiar la etiqueta blanca por la emblemática etiqueta con el enano extrayendo el elixir del fruto y la emblemática marca: Papaya Salvietti.

En poco tiempo el emprendimiento comenzó a copar el mercado hasta convertirse en una de las principales embotelladoras del país, cuenta Renato Pucci. En 1952 los hermanos Dante y Ruggero Salvietti vendieron la embotelladora a la conocida familia Vélez Otero y retornaron a Italia; en 1954 la falta de experiencia orilla a los nuevos dueños a venderla a Guillermo, Anselmo y Mario Salvietti Nieto, los hijos Dante, el fundador. Era el comienza de una nueva época que comenzó en Los Yungas de La Paz.

La Paz fue la cuna de la industria nacional